miércoles, 21 de marzo de 2007

Little Miss... Spring



Hoy en la mañana, participé de un ritual en el que cada año desde que tengo hijos, no me ha quedado de otra que participar. Se trata del festival de la primavera. Este festival es tan cursi y me provoca tanta ambivalencia que, la verdad, no podía dejar de escribir acerca de él.

Cada año, se convoca a todas las niñas del jardín de niños de la escuela (más bien a sus mamas) a que concursen para "Reina de la Primavera". Así. Con mayúsculas. La afortunada ganadora de este singular concurso, tendrá el privilegio de sentarse en un trono por espacio de hora y media, mientras se sopla el primoroso festival (Poesía, canciones y bailes) que el resto de la escuela ha preparado para recibir la estación más florida del año. Lindo ¿no?.

Pero...¿qué tiene que hacer una niña para llegar a ser la afortunada "Reina de la Primavera"? ¿Tener buenas calificaciones? ¿Ser simpática? ¿Ayudar a los demás en sus tareas? O ya de perdis ¿Ser bonita?

Nooo. Lo que una pequeñita que quiere ser "Reina de la Primavera" debe de hacer es tener una mamá muy trabajadora o un papi con mucha lana. ¿Porqué? se preguntarán ustedes. Pues porque la niña que se corona como "Reina de la Primavera" es aquella que aporta más dinero.

El dinero que se junta, tanto de la niña ganadora como de las "princesas" que no logran tener el primer lugar, es donado a la escuela. Supuestamente se utiliza para mejoras de la institución; comprar material didáctico y todas esas cosas. Vayan ustedes a saber. A mí, cuando menos, nunca me han mandado una relación del uso que hace la institución con todo ese dinero, que no es poco ¿eh?.

Estoy muy contenta con la escuela. Mi hijo es feliz ahí. Tiene muchos amigos. Aprende muchas cosas. Habla buen inglés. Las maestras son personas realmente comprometidas con la educación. Es una institución ordenada. Tiene pocos alumnos, lo cual garantiza una enseñanza personalizada.

Es por eso que les perdono, cada año, este abominable evento. Y uso la palabra abominable porque me parece un mensaje nefasto el que hay detrás de toda la parafernalia. El hecho en sí de elegir una "Reina de la Primavera" me parece cursi. Pero lo que encuentro deplorable es que lo que las niñas son, lo que las niñas hacen, es completamente irrelevante para el concurso. El mensaje es muy claro. Mientras tu papi tenga lana o tu mami sepa venderse muy bien, ganarás.

También tu coronación dependará de las ganas que tenga tu mami de verte sentada en ese ridículo trono, encabezando el desfile. No importa que tú tengas muy pocas ganas de pasar horas sentada en el sol. Lo importante es que tus papis tengan muchas ganas de que lo hagas.

Y así llego al día de hoy. La "Reina" de este año estuvo vestida de raso y encaje. Su crinolina se oía hasta cuando los demás niños cantaban. Y cuando desfiló..." Su majestad, Berenice I, Reina de la Primavera del Instituto" sus papis la miraban con una mezcla de orgullo y auto complasencia, que daba risa. Toda la familia, desde la abuelita hasta las tías peinadas de salón, la acompañaron en este importante suceso de su vida. Digo, porque si a los cuatro años ya fuiste Reina ¿qué te queda por hacer?. La mamá era una mujer muy gorda, con un vestido de flores brillantes. El papá un señor cuarentón que traía una camisa de "spiderman" fosforecente.

Mientras veía todo el espectáculo, reprimiendo la risa, me preguntaba ¿Cuál es la motivación subyacente de los papas que someten a sus hijas a ésto? A mí mente vino esa genial película Little Miss Sunshine. Por un lado me parece que existe toda una tendencia, que llega a ser ideológica, de "agrandar" a las niñas. Nunca olvidaré el festival de jazz de mi sobrina, donde la maestra les decía a las niñas de seis años que se movieran más sexy.

Pero creo también que eventos como éstos son una muestra del gran vacío que vivimos como personas, y que se refleja en querer imponer los propios deseos sobre lo que realmente quieren nuestros hijos. Dudo mucho que una niña quiera ser "Reina de la Primavera" para pasarse cuatro horas acalorada, en un vestido que le pica, sonriendo para las fotos que toda la familia quiere tomar.

Una de las "princesas" de la coronación de hoy se la pasó llorando todo el festival. Yo pensaba "Sigue llorando, pequeña. Contágiales a las demás tu llanto. Demuéstrales a todos estos pelmazos lo ridículo que es este asunto" Pero no. Las demás niñas permanecieron sentaditas como robots, mientras ella se deshacía en llanto ante la mirada furibunda y acongojada de su mamá. Imagino que la pobre señora sentía que todo su trabajo no había valido de nada.

No puedo dejar de dar gracias a todos los santos de la primavera (y del verano) que este es el último año que Gerardo participa en este espantoso evento. Es sorprendente el lavado de cerebro que les hacen a todos los niños de la escuela. ¡Hasta quería vender limonada para apoyar a una de las candidatas de su salón!

Y, aunque estos eventos me revientan, no dejo de ser una mamá cursi que se emociona al ver a su hijo bailar (o cantar o recitar). Llevo también las cámaras de foto y de video y lo llevo listo con lo que me piden.
¿Qué puedo decir? Hasta el más chimuelo masca clavos. Y mientras él disfrute de todo ésto, pues yo lo acompañaré. El día que me diga que no se le pega la gana participar, dejará de hacerlo.

¡Qué dificil es no caer en las trampas paternas! Yo, aunque critico, debo confesar que no estoy libre de pecado.

miércoles, 7 de marzo de 2007

La generación Candy, Candy









El otro día hablando con mi prima Fabiola (prima de cariño que cuenta igual), nos poníamos nostálgicas y comentábamos nuestras adolescencias ochenteras. Y cuál sería mi sorpresa al enterarme que hasta allá donde ella vivía en esos años, en el norte del país, estaba compartiendo uno de los íconos de mi infancia/adolescencia: Candy, Candy.

Ya para entonces, las caricaturas de Candy parecían más viejas que las niñas que las veíamos. El doblaje era bastante malo: sólo había dos o tres voces que hacían a todos los personajes. Terry, Albert, Anthony y Stir (debía ser Steve, pero seguramente lo pronunciaban mal) tenían la misma voz. Menos mal que casi no compartían escenas. Igual los personajes femeninos. Elisa y Paty eran dobladas por una señora de horrible voz gangosa, que le daba un toque tierno a Paty y arrogante a Elisa. La única voz (menos mal) que no se repetía, era la de Candy. Además eran voces argentinas. No tengo nada nada en contra de las personas de ese país...pero ¡qué horror! sonaban como sopladitos y a veces no se les entendía nada.

La edición era mala también. Había 4 ó 5 cancioncitas que se repetían TODO el tiempo, dependiendo del ánimo de los personajes y de la intensidad de la escena. Lo más chistoso de todo era que durante los flashbacks ...¡los díalogos cambiaban!. Para una nerda romántica como yo, que seguía todos los capítulos a la letra (y a veces, he de confesarlo, los grababa) era un pecado IMPERDONABLE, del que nunca me recuperé del todo.

Pero lo que es realmente increíble son las legiones de admiradoras que tuvo ese programa. Cualquier persona de mi generación que no haya visto o escuchado de Candy es un auténtico fenómeno. Buscando en internet, me sorprendí de la cantidad de sitios dedicados a la pequeña huérfana del hogar de Pony.

Pero ¿que tenía Candy?¿Porqué miles, si no es que millones de niñas nos fascinamos con ella? No pretendo, bajo ningún concepto, hacer un análisis sociológico de las audiencias televisivas de los ochenta. Sólo puedo hablar de mí y de lo que representaba en mi vida y en las de mis amigas que la veíamos diario durante las tres o cuatro veces que la pasaron en México.

Puedo decir sabiendo lo cursi y ridículo que suena, que Terius Granchester fue uno de mis primeros amores. ¿Pero cooomo? dirán algunos... ¿enamorada de una caricatura? Me explico.
Terry simbolizaba al adolescente rebelde e intenso que todas soñábamos conocer. Era testarudo, misterioso, se portaba muy mal, pero era tierno en el fondo y siempre rescataba a Candy de las travesuras que le hacían los malvados Neil y Elisa. ¿Suena familiar? No sé, sinceramente, si todas las que nos enamoramos de Terry andábamos buscando hombres que nos rescataran. Quizá. La vida nos ha ido de por medio.

También estaban las que encontraban a Terry excesivo y desorientado. Eran las que preferían a Albert (o el bisabuelo William, como al final nos enteramos) y que a lo mejor, como las Wendys y las Campanitas, establecerían relaciones más adultas con sus hombres ¿Quién sabe?. La verdad es que eran las menos...la mayoría coinicidíamos en que Terry era el hombre ideal para Candy...y para nosotras.

¿Que persona que se jacte de haber sido fan del show no se emocionó, gritó y pataleó en la escena del beso entre Candy y Terry? Si....besos en las caricaturas. Debo confesar que esa es mi escena favorita de toda la serie: Candy vestida de Julieta, Terry de Romeo, el baile de la escuela...y ¡zaz! Terry la atrae hacia si, con fuerza, y le planta su primer beso a una Candy sorprendida pero sudorosa...pillina. Por supuesto, dejaría de ser Candy si no hubiera respondido al beso con una sonora cacheteda. Pero todas sabíamos que, en el fondo, le encantó.

Tengo muchas cosas que agradecerle a Candy. La primera de ellas que me haya enseñado que en la vida te podía ir mucho peor de lo que me iba a mí. Porque ¡como le iba mal a Candy! y que de tragedias le pasan a la pobre. Huérfana, apestada, repudiada, se le muere todo el mundo... en fin. En veinte años le han pasado más cosas que a muchos octagenarios veteranos de guerra.

Otra cosa que tengo que agradecerle fue una lección de estilo: Nunca, jamás se deben de usar coletitas con moños pasados los 10 años. A menos, claro, que se padezca una especie de Candy-fetiche. En ese caso, cada quien su vida y sus gustos.

Candy me creó modelos románticos y, si, puedo decir que literarios. A mi alrededor había autos, moda y rock n´roll. Mientras las niñas de mi edad se besuqueaban en los coches ( y otras cosas) al ritmo de Rock, yo veía a Candy y seguía sus aventuras.

Pero, sobre todo, lo que más tengo que agradecerle es que sus historias despertaron en mí el deseo de escribir para poder cambiarlas. No me puedo reponer, a mis 37 abriles, de que Candy y Terry no acaben juntos y que ella, siempre buena y haciendo lo correcto, se lo cediera a la lisiada de Susana Marlow. Desde entonces, le inventé a Candy varios finales alternativos, en los cuales siempre acababa besando a Terry en el ocaso. ¿Qué puedo decir? Tenía 14 años...

Esa sería una costumbre creada en mis fanáticos años de Candy. Crear finales alternativos. A todo se los inventaba. Ahora me doy cuenta que puedo crear historias alternativas y mías. Pero todo empezó con la adorable rubia de pelo rizado.

Gracias Candy y gracias prima por la idea. En cuánto sepa cómo, te prometo poner la música de los créditos que tanto nos gustaba.

Mientras Si me buscas, tu a mí, me podrás encontrar....