martes, 29 de enero de 2008

Fobia a los papeles


¿Tendrá algún nombre la fobia a los papeles? ¿Papirofobia, quizá?...


Confieso tenerla. Cuando busco un papel, me altero de los nervios. Lo he intentado todo, pero esta reacción de ansiedad me ataca irremediablemente. Siempre respiro profundo repitiendo el mantra "en algún lugar debe de estar, en algún lugar debe de estar" ... por lo regular, el mantra sólo sirve para enojarme más. Nunca encuentro el papel que estoy buscando.

Es la ley de Murphy. Normalmente el mentado papel lo encuentro días después de que lo necesitaba. A menudo en los lugares menos comunes. La alacena, debajo de la cama de alguno de mis hijos o al fondo de mi closet metido en algún zapato.


¡Qué razón tenía la cretina de la orientadora vocacional de mi escuela cuando me recomendó que por ningún motivo estudiara archivonomía!

El orden en los papeles, documentos, archivos y demás asuntos, es algo que no me implantaron en el disco duro. Tengo 1200 mensajes en la bandeja de entrada de mi correo electrónico. Soy incapaz de discernir algún tipo de sistema que me permita bajar ese horrible número. Total, todos los días llegan nuevos ¿para qué los ordeno?

Me pasa igual con los papeles. Todos los colocó en un solo montón que adquiere las dimensiones de la pirámide del sol. En ese montón puede haber de todo. Recibos, cartas, papeles de la escuela de mis hijos, vouchers de tarjeta de crédito, notas de la tintorería, pañuelos no muy limpios, el ticket de la tortillería, el cupón del cereal, mis ejercicios del taller de escritura...

Como es de esperar, ese gran cúmulo de papeles me harta. ¿Y qué hago? Empiezo a tirar. El problema nuevamente es el discernimiento. He llegado a tirar (distraida y fastidiada de tanto papel) cosas que son importantes. Cómo creo que ha sucedido con el particular grupo de papeles que he buscado toda la semana.

No pude haberlos tirado ¿O sí?. Voy a buscar en el refrigerador, a ver si de casualidad ahí los encuentro...

lunes, 21 de enero de 2008

Regreso a clases...


¡Cada vez que empiezan las clases me agarra esa misma cosa aquí!
¿Y si fuera a un psicoanalista?
¿Podría un psicoanalista sacarme la angustia de volver al colegio?
¿Conseguirá un psicoanalista que yo, Felipe, fuera a la escuela contento y feliz?
¿Lograría un psicoanalista transformarme en un ser tan repugnante?

Pues no sé si se pueda lograrlo un psicoanalista.

Después de algunos años de exilio voluntario, regreso a la docencia. Estoy muy contenta y muy nerviosa. Me pasa lo mismo que a Felipe, me agarra una cosa aquí.

Mañana empezaré un nuevo ciclo en mi vida, con complicaciones logísticas desde luego. No es lo mismo hacer las cosas cuando se tiene hijos. Sus vidas y horarios son parte de mi cotidianidad y estoy muy estresada porque no sé si pueda dividirme en tantas partes como voy a necesitar hacerlo.

Años atrás, cuando no tenía hijos, hacía muchas cosas. Trabajaba mucho. No le decía que no a nada. Me comía el mundo a puños. Estudiaba, trabajaba en varios lugares haciendo muchas cosas. Leía, daba clases, tomaba clases. Me aventaba cualquier "torito" que me pusieran.

Ahora, las pocas horas que le voy a dedicar a ésto me asustan. Pero estoy convencida de que es el momento. Es una excelente oportunidad y un gran reto, además de un ingreso extra y la posibilidad de tener más trabajo.

Ya les contaré mi regreso a clases. Por lo pronto tengo hasta diarrea...

sábado, 19 de enero de 2008

Le duele la cara de ser tan guapo

¿Se acuerdan de él?

De verdad que si le dolía la cara de ser tan guapo...

sábado, 12 de enero de 2008

La batalla de la albóndiga de jitomatitas



Ayer, en la gustada sección "Mercado de lágrimas" que se ha vuelto la hora de la comida en este hogar, tuvo lugar una de las escenas más dramáticas que he presenciado: se le sirvieron de comer al niño de esta casa unas suculentas albóndigas caseras elaboradas amorosamente por la señora madre del niño.


Las albóndigas tenían un delicioso aroma que invadía la casa. El drama comenzó cuando la mamá del niño lo recogió en la escuela:


-¿Que hay de comer hoy?- preguntó el niño con un ligero sonsonete que siempre indica una completa decepción por la respuesta que aún no conoce.

- Unas ricas albóndigas con arroz rojo y frijolitos- contesta la mamá del niño, ingenuamente expectante y algo entusiasta pensando que, esta vez, las cosas podrían ser distintas.

- ¡Asco!- responde el niño, desplegando su correspondiente mueca nauseosa, cruzando los brazos y revolcándose cual anélido invertebrado (o sea, lombriz de tierra).


La mamá del niño es paciente. Conoce a su gente. Pero hay veces, como hoy, que se encuentra en sus cinco minutos de hartazgo.


Los preliminares de la comida son habituales. Lavarse las manos, subir las mochilas, poner las loncheras en la cocina. Habitual también es la oposición del niño y su mueca de asco. Sorpresiva, sin embargo, es la reacción de la mamá del niño.




- Te comerás todo lo que te sirvo. Si no lo haces, cenarás el mismo plato que tienes enfrente. Si no lo cenas, lo desayunarás.

El niño conoce a su mamá y, por supuesto, no cree una sola palabra de lo que ésta le ha dicho.
-No lo quiero, sabe horrible, parece que tiene zanahoría, lo que tiene adentro sabe espantoso, lo quiero escupir...

El plato se va directo al refrigerador.

Durante la tarde, el niño pide jugoooo, pide galletas, pide cereal. ¡Tiene hambre!... Nada. Hoy no habrá nada para él. Hoy es un día histórico, es el día de la "batalla de la albóndiga". ¿Quién ganará este pleito sin precedentes en la familia del "chamaco anélido"?

La hora de la cena. El plato de albóndigas está servido. El niño- gusano se retuerce.
-¡No quiero! ¿Por qué eres tan mala? ¡Quiero otra mamá!
- Ni tendrás otra mamá, y te pondré esas albóndigas enfrente hasta que tengas tantísima hambre que no te quede de otra más que comerlas.
- ¡No las comeré! ¡Ya no te quiero!

Grito desesperado y carrera larga hacia su cuarto donde se acuesta, sin haber comido absolutamente nada.

La mamá del niño se angustia. Pero sabe que no puede claudicar. Ganará esa batalla y le enseñará una lección al retoño.

Pesadillas. Quiero un jugo. "No comeré las albóndigas" murmuraba entre sueños el pobre chamaco incomprendido.

Desayuno. Hot cakes. El plato preferido del contrincante chamaco. ¡Huelen delicioso! ¡Quiero unos!.

Su madre, con una sonrisa inocente, remata. "Para tí, hay albóndigas".
El niño, doblegado por el hambre, responde: " Si me como las albóndigas ¿Puedo comer hot cakes?".
- Puedes- Dice la madre en tono magnánimo.

Y así fue, como la señora que aquí escribe, ganó "La batalla de la albóndiga de jitomatitas"

¡Híjole! ¡Qué orgullosa estoy de mí misma!

Besitos para mí, con mucho amor.

viernes, 4 de enero de 2008

Lo que quería y lo que quiero

Antes, cuando era una niña que empezaba a conocer el mundo a través de la televisión, quería ser muchas cosas.

Primero, quise ser una genio que saliera de su botella con humito rosa.

Luego, quise hacer magia con mi nariz y tener una familia perfecta, con una hija güerita que se pareciera a mí y un marido que pensara que tenía el control, cuando en realidad yo hacía lo que se me diera la gana.

Pero lo que más quise ser, con lo que fantasaeaba todas las noches, era una chica ruda. Con mucha fuerza para moquetearme al que fuera. Saber karate y usar unas pistolitas coquetas. O ya de perdis, tener un lazo con el que pudiera obtener la verdad de cualquiera.

Mis motivos no eran para nada altruistas. Quería la super fuerza para moquetearme al metiche de mi hermano. Las pistolitas para ganarme el respeto de las víboras de mis amigas y el lazo para preguntarle a Jorgito si realmente quería ser mi novio o sólo estaba bromeando cuando me dijo que no...

La clandestinidad con que las veía le daba un sabor especial a esta heroínas de cartón que marcaron mi infancia.

¡Demonios! Las veo ahora... y sigo queriendo ser como ellas. Quisiera no despeinarme nunca de los nuncas. Quisiera hacerlo todo enfundada en vestidos fabulosos trepada en tacones de 10 centímetros. Quisiera no tener un gramo de panza y unas chichis de campeonato que no necesitaran ningún soporte para apuntar al norte.

Quisiera usar bolsas diminutas donde sólo quepa un lip stick para retocar un maquillaje que nunca se corre. Un guardarropa tan amplio, que no repitiera nunca ni una blusa.

Quiero un mustang café siempre limpio.

Pero lo que más quisiera, es usar mi super fuerza para acabar con la gente cretina.


Sin embargo...ésto es lo que soy ahora. Pregúntome ¿Cuándo déjaré la escoba y el windex? .




martes, 1 de enero de 2008

Año nuevo, viudas negras


Gerardo: "Mamá, las viudas negras ¿pueden matarse?"


Mamá de Gerardo(en tono de gorila rabioso): "Ya te dije que aquí no hay viuda negras. ¿Ya estás listo? Te mandé desde hace horas a que te laves los dientes, te laves las manos y te pongas la ropaaaa..."


Gerardo: "Las viudas negras son mucho más importantes que la ropa... te pueden matar"


¿De dónde vendrá esta obsesión por las arañas, dios mio? No me pondré muy freudiana porque si lo hago, ni yo me salvo verdaaa...


Pero hay muchas cosas aparte de las viudas negras que pueden matarte. A veces, un poquito. Por dentro.


Volveré, cuando el año nuevo me duela un poco menos.